Pensar y amar: dos actos revolucionarios

«Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo»Freud

La relación con él y los otros siempre supone un dilema. Mi existencia en este mundo me deposita en una cultura que me precede, en un colectivo social que ha instalado normas antes de que yo llegara y que intentará por determinados medios, que yo haga propias esas pautas para coexistir con los demás. Se pondrá a prueba mi propia mismidad cuando deba elegir la masa que camina como el cardumen autómata o el muchas veces errante sendero de pensar por mí mismo. En este mundo actual hay actos revolucionarios que imponen un gran desafío, pero hoy quiero quedarme con dos: amar y pensar.

¡Qué gran riesgo nos significa amar y que poco podemos escapar de su presencia! Ese miedo que me genera la vulnerabilidad en la que me siento cuando le hago saber a alguien que su presencia en el mundo ya no me es indiferente ni desconocida. Ese desafío gigante que significa amar lo que uno hace, desea, produce y demás. En un mundo que pasa por un momento crítico, donde un virus aparece para poner en jaque todo, en donde la empatía es un pedido desesperado, en donde el horizonte vital se pone gris, en todo ese panorama, aun se puede amar y vaya si eso es un acto revolucionario. Amar siempre involucra una toma de posición porque no se puede amar mucho o poco: se ama o no. En una sociedad machista donde un hombre que ama es menos hombre, donde un hijo “no tiene futuro”, donde una mujer enamorada se siente tonta, donde me cuido de estar en mi casa viendo que a otros no le importa, donde no se me permite ser diferente (ni en pensamiento, ni en sexualidad, ni en política, etc) ahí, aún hay lugar para amar. Un hijo, un amigo, una mascota, un proyecto, una obra, otro/a espacios y manifestaciones del amor que se contraponen a la hostilidad de un afuera que lo reprime, pero que en el  fondo lo necesita, porque sin el motor de ese sentimiento todo sería frívolo y nihilista.

El pensar también supone una amenaza para muchos sectores y es por eso que lo considero tan rebelde. Las frases del colectivo social “pensás demasiado” “no pienses tanto que te hace mal” y otras, han puesto al pensamiento en un lugar de generación de insatisfacción. Es verdad que mientras más reflexionamos más nos encontramos con matices de la vida, de la realidad que antes nos eran invisibles y “mientras más elevado es el ser, mas sufre” diría Schopenhauer. Sufre porque ve lo que la cultura ha solapado, se encuentra con profundidades que el bosque tapa pero quizás allí habitan las más bellas flores, esas que recojo cuando salgo a la batalla pensando y no solo existiendo. La demonización del pensar como un ámbito de dolor, de sufrimiento se ha expandido a lo largo de siglos y diversos sectores sociales que lo han explotado de esa manera pero  que en el  fondo solo enmascaran su cobardía ante esta acción colocando a la felicidad en el final de un camino que se debe transitar sin “pensar tanto” porque eso arruinaría el viaje.Tomar a la felicidad como una meta es el principio para no alcanzarla. Se convierte en una quimera cuando esta tan lejos, quizás el pensar nos ayude a comprender que en el camino existencial la felicidad son momentos, frutos que debo ir recogiendo a lo largo de mi transitar por una vida que no es eterna pero que debo decidir cómo vivirla.

¡Cuánto se ha dicho del pensar para generar temor y dominación! Pero como decía Hannah Arendt «No hay pensamientos peligrosos, pensar, en sí mismo, es peligroso».