La incertidumbre: la posibilidad desde la angustia

“Mejor cosa y más segura es una paz cierta, que una victoria esperada. Una está en tus manos; la otra, en la de los dioses.” Tito Livio (59 a.C – 17 d. C, historiador romano)

La incertidumbre, ese término que desnuda la inseguridad de un ser que se da cuenta, cuando ella  aparece, que no puede controlar, saber, predecir, lograr todo lo que quiere y sobre todo, no puede dejar de temer  frente a un devenir que se expresa en la realidad como un fluir constante en contra de aquello que desesperadamente buscamos para lidiar con la angustia del azar y el porvenir: la certeza. La palabra proviene del in – certitudo, vocablos latinos que nos enuncian la “falta de conocimiento seguro” sobre algo.

Nos encontramos atravesando tiempos de muchísima incertidumbre, de miedo, de ansiedad, de encierro, de angustia e intentando a su vez, en medio de toda esa marea, conseguir un poco de incentivo para que cada día que pasa no sea solo eso, un pasado inexorable carente de sentido. La pandemia del Coronavirus nos ha puesto cara a cara con muchos de los gramajes de nuestra vida que no vemos, o a veces no queremos ver: de repente estar en casa se hace insoportable cuando durante el año solo queremos llegar a ella, los momentos que disfrutábamos porque rompían con el frenesí de nuestro mundo capitalista en el que cada vez estamos más sumergidos, se hacen repetitivos, grises; el sol sale todos los días pero mi preocupación pasa por saber si podré conciliar el sueño de noche, si valorarán mi trabajo online, si podré ayudar a mis hijos con su tarea escolar, si conservaré el trabajo y la peor de todas: si no me contagiaré.

Indefectiblemente nuestra tranquilidad depende en gran parte de aquello que al menos sentimos que podemos controlar, por eso a veces es más segura la paz cierta que la victoria esperada como reza la frase de Livio. Es inevitable que la distopía supere al caminar esperanzador de la utopía en estos tiempos, pero debemos resistir. Esta es una crisis que estadísticamente se presenta una vez cada 100 años (esperemos eso sea una certeza y no nos vuelva a encontrar con la incertidumbre)

En la historia del pensamiento occidental, muchos literatos, sociólogos, psicólogos y filósofos han intentado problematizar y no solo entender, sino también buscar algún aliciente a la situación de inseguridad que la incertidumbre nos presenta. A algunos les fue mejor, a muchos otros, no tanto: puedo recordar a Heráclito en la antigüedad allá por el siglo VI a. C en la isla griega de Éfeso preguntándose ¿Cómo podemos retener la realidad en conceptos si su esencia es un constante fluir?, si todo cambia y eso es lo único eterno ¿cómo poseer alguna seguridad tranquilizadora? Tal vez por eso Rafael Sanzio lo haya ilustrado taciturno y resignadamente desesperado en su famoso cuadro “La Escuela de Atenas”.

Tal vez en la modernidad sea Descartes quien en el siglo XVII de nuestra era haya intentado recoger el guante de la certeza como una posibilidad cierta y haya expresado que si pienso, necesariamente existo y que si eso es indubitable, tal vez otras certezas nos sean asequibles y aquello que no…corresponderá a la esfera de Dios, una esfera a la que no puedo acceder pero en la que confío para que nadie borre con una esponja el horizonte de sentido, como diría Nietzsche.

Quizás sea la contemporaneidad la época del pensamiento en el que más se haya puesto sobre la mesa la flaqueza humana ante la incertidumbre. Sören Kierkegaard escribe varios libros donde claramente la inseguridad intelectual y emocional eclosionan de manera estruendosa para él en el siglo XIX: “El Concepto de la angustia”, “Temor y temblor”, “Enfermedad mortal o tratado de la desesperación”.

Si hay algo que también nos genera angustia, ansiedad e incertidumbre es nuestra dimensión de seres libres. Inclusive aquí hay una lectura de Kierkegaard (intelectual danés teísta) sobre el pecado original que me resulta interesante compartir: para él, el pecado de Adán fue un pecado de ansiedad, de tensión ante su posibilidad de obrar libremente y fue allí donde la incertidumbre apareció. Dice Sören que Adán no tenía en su conocimiento los conceptos de bien y mal, sino solo la información de que Dios le había prohibido comer el fruto del árbol del conocimiento, esta información lo enloqueció porque sabía que lo único que distaba entre la obediencia o la transgresión, era su decisión libre y esa angustia generada por la “incerteza” de no saber qué hacer, de que sucederá si lo hace, si no lo hace, hizo que se vuelque impulsivamente por saciar ese influjo de tormento libre que lo acechaba. Como dice Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota en el disco Luzbelito: “le prohibieron la manzana, solo entonces la mordió; la manzana no importaba, nada más la prohibición”.

Esa es la misma ansiedad que nos genera esta incertidumbre producto de la pandemia: nos cuesta respetar la cuarentena, tenemos miedo y angustia pero hay otro matiz  en esta última. Si bien la angustia nos puede hacer pecar, también nos traslada a una reflexión que nos pone frente a frente con nuestras posibilidades de realización, no solo como individuos, sino también como especie. Solo soy consciente de mi potencial a través de la experiencia de la angustia. La ansiedad nos muestra opciones, nos carea con nuestro propio conocimiento y nos conduce desde un estado de auto conciencia inmediata a uno de auto conciencia de reflexión.

Tal vez debamos aprovechar este tiempo para encontrar practicas espirituales, intelectuales y físicas que nos ayuden a mejorar nuestra vida para siempre convirtiéndolas en hábitos auto adyacentes de la cuarentena y salir fortalecidos de la misma.

Como decía Seneca, tal vez seamos más sabios ahora que estamos a prueba.