La pandemia que nos contagió a todos

Ante las atrocidades tenemos que tomar partido. El silencio estimula al verdugo. Elie Wiesel

Esta es una columna que quería escribir hace tiempo. Tal vez demoró porque hay demasiadas personas de todos los géneros interesadas en no hablar exhaustivamente de esto porque es “incómodo” y además hay sectores, inclusive victimas de lo que hablaremos a continuación que creen ser dueñas patrimoniales y únicas de estos tópicos: la violencia de género y el femicidio. Déjenme decirles algo: voy a opinar porque tengo la incontinencia de la indignación.

En el 2015 la Corte Suprema de Justicia de la Nación comenzó a  elaborar un registro de datos estadísticos de las causas judiciales en las que se investigan muertes violentas por razones de género. ¿Los números? Mejor no pregunten pero desde allí hasta ahora se produjeron un total de 1247 femicidios en Argentina, con un promedio de 250 mujeres asesinadas por año en el país. En lo que va del 2020 según  Télam, ya se produjeron al menos 79 asesinatos agravados por motivos de género, de los cuales 44 ocurrieron desde que comenzaron las medidas de aislamiento social, preventivo y obligatorio por la pandemia de coronavirus.

No puedo dejar de escuchar aquellos que leen esto casi con la “saturación” de hablar de lo mismo, resoplando por repetición. Mi pregunta es ¿Cuándo nos vamos a indignar TODOS por esto? ¿Cuándo vamos a dejar la cacería de brujas que quemó mujeres en la hoguera en torno a disciplinar a las mismas sobre el poder del hombre en la medicina? (esa cacería se llevó en 3 siglos 250.000 mujeres “brujas”) ¿Cuándo vamos a pensar por nosotros mismos y a actuar en consecuencia sin dejar que los medios nos marquen la agenda?

Déjenme decirles algo: la violencia es un patrimonio casi perenne de la humanidad y no conoce más de sexos que de ejecución. Pero el machismo, realmente es algo repugnante ¿saben por qué? Porque como decía Foucault hemos pasado de la sociedad penal que condenada a una persona en público, a la disciplinaria, que abarrota las cárceles de personas para que los normales de afuera puedan saciar su ira con la justificación de ir exigiendo sufrimientos y penurias hacia los “anormales” (tal vez se parezcan demasiado a todos los “normales” y he aquí la razón de su ocultamiento, pero aclaro que no hago una apología de los reclusos tampoco) y lo mismo hemos hecho con la heteronormatividad que propone como un degenerado o enfermo a quien no es heterosexual, y si se es mujer el pecado es aún mayor.

En esta sociedad disciplinaria no cazamos brujas pero nos movemos con los micro machismos: mensajes sexuales violentos, prácticas laborales incómodas, incluso delictivas, jueces inoperantes y cómplices, mujeres que rugen y otras que se pudren porque ya están muertas.

El micro machismo es una práctica, un dispositivo de justificación de lo más execrable de un hombre: su ansia de poder, su búsqueda de sumisión y su cobardía para expresarlo a viva voz y es allí donde el disfraz del piropo y la despreciable adulación sexuada se presentan en el lenguaje, en los gestos, en los chistes, en la complicidad de un sistema que ha naturalizado las muertes (si son de mujeres con más razón), en las expresiones culturales de una sociedad occidental que no es capaz de crecer desde la armonía.

En el 2017 escribí una columna que se llamó “Naturalizar el horror” en torno al femicidio de Micaela García, una chica entrerriana de 21 años que iba a las marchas de #niunamenos sin saber que ella seria parte de la fría e ineficaz estadística. Les pido perdón si no me exprese como en otras columnas que hemos compartido, pero hoy tenía ganas de escribir con el corazón y la rabia.

Esta, es una pandemia que ya nos contagió a todos porque la hemos naturalizado, la hemos hecho parte de nosotros. Solo espero que un día seamos capaces de extirpar este Baobabs de nuestra sociedad para cuidar nuestro mundo como el principito hacía con el suyo.