Una cuarentena que nos invita a romper las estructuras y encontrarnos con el corazón
Muchas son las cuestiones que se dirimen por estos días producto de la aparición del Covid-19 y la cuarentena, para evitar un mayor contagio. Y muchas son muy tristes y alarmantes. Una de las mías, que no voy a categorizar, pero si contar, es la de tener a la familia y los afectos lejos.
En el año 2004 decidí venirme a la Ciudad de Buenos Aires a iniciar mis estudios en la carrera de Antropología. Siendo una apasionada de las civilizaciones antiguas, en especial la egipcia, me embarqué a mis 18 años en la mayor aventura: vivir sola en la “ciudad de la furia”. Recuerdo decirles a mis amigas que no se preocuparan por mí, que yo no iba a estar deprimida por estar lejos de mis seres queridos, pero que si me atiendan el teléfono porque seguramente estaría perdida en la calle por ser una ciudad tan grande. Así fue de hecho como desde el día uno me perdí unas cuantas veces, y caminé muchas cuadras de más. Así fue también como conocí gran parte de la ciudad.
Hoy lo que aquí nos convoca es una más reciente pero que alude a lo que alguna vez decreté como inamovible en mi deseo de donde vivir. Vengo de una familia donde muchos siempre se fueron lejos para cumplir sus sueños, o al menos para continuar sus vidas. Mi papá, que nació y creció en el campo, a sus 13 años se fue a estudiar a la localidad del partido de 25 de Mayo dónde estudió el famoso “Industrial”. Mi mamá, oriunda de Moquehuá, en algún momento pasó por la gran ciudad también para establecerse en el trabajo. Y miren que causalidades tiene la vida que actualmente vivo en la esquina de dónde ella paró un tiempo. De hecho, mi papá también tuvo su paso por aquí. Cuando se casaron, decidieron irse a vivir a la ciudad de Chivilcoy. Quedando así lejos de sus padres. Unos a 70 km y otros a 40 km.
Esto implicó muchos desafíos. Cuando éramos chicos, aún no existían los celulares, la comunicación al pueblo o al campo siempre se hizo difícil. Era una suerte de animarse a ir, aunque los caminos que eran de tierra estén abnegados por el desborde del Río Salado o por las lluvias que los dejaban intransitables. Ahora bien, siempre nos las ingeniábamos para llegar igual. Como dijo mi hermano de pequeño, “tomar un atajo” era la mejor opción. Había otros caminos posibles, aunque eran más largos. Entonces sin comunicación y con caminos difíciles así y todo nos podíamos encontrar.
Ahora bien, la historia de hoy es distinta. Tenemos muchas formas de comunicarnos, los caminos ya no son difíciles. Solo 160 km me separan de mis papas y mi hermano. Pero hay una pandemia, hay una cuarentena. Y la posibilidad del abrazo, aunque nunca haya sido mi fuerte el darlo o hacerlo, se hace imposible.
El 6 de abril cuando aún no hacía un mes de esta distancia social, mi abuela, la única que aún vivía, decidió partir de esta existencia. Y vivía en Chivilcoy. No sólo no pude despedirla a ella, sino que no pude abrazar a mi mamá en ese momento. Y aunque uno está unida a sus afectos desde el corazón, estos hechos que son dolorosos, aunque son parte de la vida, merecen el encuentro. Somos seres sociales, y en algún momento necesitamos el contacto con un otro. Y lo digo yo, que amo mi soledad, que siempre me dije que no soy de extrañar, que me gusta la libertad y hasta muchas veces me gusta abstraerme del mundo. ¿Me estaré poniendo vieja? ¿Estaré cambiando de parecer sobre todo lo que creí alguna vez? Si. Las estructuras antes creadas ya no encajan en este contexto. Al menos las mías.
Pero no todo es triste, porque como les dije, muchas personas de mi entorno están lejos sí. Mis mejores amigos, esos dos que considero mis hermanos de la vida, un día, hace unos años, me dijeron nos vamos a vivir a Escocia. ¿Qué? Recuerdo esa sensación interna de no saber que responder, de quedar en medio de un espasmo emocional inexplicable. Estábamos en su departamento de Villa Urquiza. Parece que fue hace poco y tan lejos a la vez.
La historia del día en que se fueron no escapa de esta sensación. Por mi trabajo de aquellos días no pude acompañarlos al aeropuerto, y sentía que mi mundo se me derrumbaba un poquito con esta partida. Era feliz porque ellos cumplían su sueño, pero mi corazón sentía el estar lejos como infinito. Ese día cometí muchos errores en mi trabajo, de esos que nunca había tenido. Era vulnerable, la carcasa de acero que yo creía que me protegía, aflojaba el cerrojo. Pero sobrevivimos, y ellos vinieron muchas veces acá. Hasta se casaron acá, va en Chivilcoy, la ciudad que nos vio crecer a los tres. ¡Si me habrán bancado estos dos! Fueron los primeros en verme llorar por amor una vez volviendo del boliche “Ozono”. Fueron los que me escucharon, fueron los que siempre estuvieron y siempre están. Si no fuese por la pandemia, tendríamos que habernos visto en el pasado mes de abril, otra baja para ese mes que suena en mi mente como la canción de Sabina “¿Quién me ha robado el mes de Abril?”…Pero paren, les dije que esta historia no era triste…y acá va la noticia anunciada: ese mismo mes me cuentan que están esperando su primer hijo.
Este fue el punto cuando entendí y visualicé el poder de la vida. Que una pandemia puede encerrarnos, puede mantenernos lejos, puede generar muchas bajas incalculables, pero la vida sigue. Y con este pequeño hecho sostengo mis días, sabiendo que la vida sigue. Que esto que nos pasa está sucediendo sí, pero algún día también va a terminar. Nos queda transitar un largo camino.
Hoy, estoy en la ciudad que ya no es de la furia, es el lugar que me sostiene. Ni estoy deprimida y mucho menos perdida. Hoy en la distancia me encontré.
Se que muchos están pasando situaciones extremas, escucho sus historias a diario. Amigos en el mundo me cuentan como están perdiendo a familia, amigos, algunos por la pandemia, otros no. Pero la sensación y verdad de la soledad que el aislamiento nos genera es mucho. Encontrarnos, aunque sea a través de este espacio y expresar con palabras lo que no podemos decir, al menos para mí, se ha convertido en un método revelador. Tal vez es tiempo de que el encuentro en el corazón sea una realidad. Porque a veces estamos más lejos estando cerca, y eso es lo que hoy ya no cabe en mi ser.