Nietzsche: la voluntad de poder de un superhombre

“Yo amo a quienes no saben vivir de otro modo sino precipitándose en su declinación, porque ellos son los que pueden pasar al otro lado”. Así hablo Zaratustra

Hablar de Nietzsche siempre es complejo, apasionante, hiriente y extremadamente lúcido. Su filosofía es un cachetazo a las convicciones fanáticas, a la herencia del pensamiento doctrinal, a la casta de una burguesía que el veía mofarse de su presente entre risas de muchedumbres que solo escapaban de su decadencia.

Friedrich nació en el seno de una familia alemana protestante en 1844 y en 1889 su salud lo empezó a matar, desenlace final llegado en 1900. Sus obras y frases recorren el mundo, trascienden los tiempos, ensombrecen el olvido con la originalidad de una pluma que escribía entre dolores físicos y entre la incomprensión de su tiempo (quizás por eso se autodenomino en alguno de sus escritos “el crucificado”).

Muchas son las ideas de él que merecen analizarse, pero aquí traeremos dos: la voluntad de poder y el superhombre.

Heredero inicialmente de la filosofía de Schopenhauer, coincidió con éste en que una fuerza atraviesa la realidad de una manera difícil de controlar. Para su mentor intelectual era la voluntad de vivir, que busca de manera ciega perpetuarse en la especie, que viaja hacia adelante, arrastrando con ella a todo aquel incapaz de escapar de su influjo. Se expresa como un deseo que solo busca querer y así “también hunde sus dientes en su propia carne”. A esta visión pesimista de Schopenhauer, Nietzsche le da un giro: la voluntad está presente, pero es voluntad de poder. No se expresa en el ciego querer y nada más, es conquista, es superación, es eyección, es arrojo. Es una expansión de energía creativa. Aunque influenciado por el darwinismo de la época, no dudó en criticarlo: la adaptación es solo una voluntad débil, la de poder, es fuerte, inclusive sometiendo a las expresiones más débiles de la misma. La voluntad de poder busca expresarse, desarrollarse y la cultura occidental la ha oprimido en pos de una definición del hombre como un ser que se distingue por ser racional pero que se avergüenza de su animalidad que tanto placer le brinda. Ese conglomerado de fuerzas que componen al hombre,  no son más que las creadoras de la ciencia, de la moral, de sus trofeos y sus miserias. Debemos recuperar la pasión para hacer de la vida un juego, un espacio de libertad creativa donde las metáforas viajen chocando unas con otras con la naftalina de la tradición acartonada.

En esta línea aparece el superhombre, el Übermensch que no es superman. Su poder no es el designado por una clase social que quiere ver su ideal del yo en un traje azul de historieta. El superhombre, o transhombre, o supra hombre es aquel que entiende que la humanidad es un devenir de camino, que no es un fin sino un medio: que el hombre “es una cuerda tendida entre la bestia y el superhombre”. Su Zaratustra de 1883 es el “evangelio” de este anuncio. “El hombre es algo que debe ser superado”, para superarlo no solo debe aceptar la voluntad de poder y sus características sino también, asumir la muerte de Dios como el lugar donde se depositaban los valores de tradición y crear los propios.

Vale recalcar que Nietzsche no es un simple ateo, eso sería reducirlo a categorías muy básicas, es un denunciante de una sociedad que no se hace cargo de la sangre de Dios que emana de sus puños asesinos. Aquí es donde el loco que busca a Dios interpela a los hombres en “La gaya ciencia” de 1882: ¿Dónde está Dios?—, exclamó, ¡se los voy a decir! ¡Nosotros lo hemos matado, ustedes y yo! ¡Todos somos unos asesinos! Pero, ¿cómo lo hemos hecho? ¿Cómo hemos podido vaciar el mar? ¿Quién nos ha dado la esponja para borrar completamente el horizonte? (…) No hay que encender las linternas desde la mañana? ¿No seguimos oyendo el ruido de los sepultureros que han enterrado a Dios? ¿No seguimos oliendo la putrefacción divina? ¡Los dioses también se corrompen! ¡Dios ha muerto! ¡Y lo hemos matado nosotros!

El superhombre es quien se hace cargo de no vivir bajo la sombra de los mandatos de quien el mismo ya “expresa” no respetar. Si no se toma esta situación con la libertad y responsabilidad que exige la misma podemos caer en el vacío que está por debajo del hombre equilibrista que camina hacia el superhombre: el nihilismo, la falta de sentido, la gran enfermedad de la cultura occidental.

Por ultimo quisiera recordar las transformaciones del hombre que enuncia en los inicios de su Zaratustra: el hombre camello es aquel que vive del deber, el mismo que le pesa como su joroba. Vive en silencio creyendo que su libertad se da cuando no obedece. El león simboliza el grito de rebeldía, rompe las cadenas y ruge su libertad, pero no crea nada nuevo con ella y no olvidemos que “el desierto…también crece”. El niño, él es el superhombre por excelencia: juega y baila libremente por el presente, la cultura no lo encierra, su creatividad está viva a cada instante, el aburrimiento no lo corroe. Esta es la imagen del superhombre: aquel que puede crear sus propios valores desafiando lo establecido para flotar en lo lúdico.