Retrato del Impenetrable chaqueño: un viaje al corazón y la empatía

Hace unos años tuve la oportunidad de hacer un viaje a lo que solemos llamar “el medio de la nada”. En ese momento trabajaba para un organismo estatal, e íbamos a diferentes lugares a ofrecer el servicio a la comunidad. Ese “en medio de la nada” era el famoso “IMPENETRABLE” en la provincia de Chaco. Cuando me dijeron que iría a este viaje tan especial, me sorprendí, me alegré y me dio adrenalina. La idea de la aventura estaba buena, pero sabía que tenía que dejar atrás algunas cosas para soportar lo que iba a ver, y entender otras. En ese tiempo, mi banalidad y frivolidad, ¡vivía su mejor momento!, la empatía, la había olvidado. Me costaba entender que era lo que sucedía detrás de la realidad. Los mecanismos que nos oprimen, nos manejan y deciden…los manejos del poder. Ojo, no porque no la haya tenido antes, sino que mi vida iba en “automático”. No tenía mucha motivación, el arte era muy incipiente en mi vida, aunque de adolescente tuve mis momentos con la música y las letras.

El año anterior había cerrado una relación en la que me olvidé de todo esto, de mí, de mis deseos, de mi conciencia, de mi vida. Recuerdo muy internamente que sentía que este viaje era un mini escape de la realidad que me empezaba a agobiar. Mi pasado pesaba, en mi cuerpo y en las circunstancias. Existía una especie de verdad que no iba a poder sostener en el tiempo, pero no podía explotar ahí. Entonces el viaje terminó siendo la excusa perfecta para escapar.

Bueno, hablemos del viaje. Hasta la ciudad de Corrientes, en avión de primera clase junto a artistas famosos que viajaban en esa ocasión. Me sentía una estrella con tanto glamour…

La noche anterior no había dormido ni 5 minutos, imaginen mi cara. Además, nos habían citado en el aeropuerto a la madrugada. Pasaron por mí, dos compañeros en un taxi, ni los conocía a ellos, pero al compartir este rato me di cuenta que podíamos iniciar una amistad.

Después de una hora y minutos, el aterrizaje. No sé si sabían, pero la pista del aeroparque de Corrientes es muy corta, no es la de Buenos Aires. Recuerdo que estaba muy nublado, cuando pasó esto, la pista ya estaba ahí. Fue fuerte el aterrizaje y muy rápido. Si siguen mi historia entenderán que hay una analogía perfecta de esto con la realidad que me encontré.

De Corrientes cruzamos el puente General Manuel Belgrano a Chaco, pasando por encima del Rio Paraná, y todos pensamos entonces “no es lejos”. Iban a ser casi 15 horas de caminos muy difíciles. Miren que yo conocía el campo…pero esto ¡me superaba!. Hicimos una parada técnica en Resistencia para desayunar, y adquirir lo necesario para continuar el viaje. Todavía nadie imaginaba lo que veríamos. Caminos casi inexistentes, llenos de animales, pozos que parecían ser imposibles de atravesar con dos camionetas tipo combis. Sin señal de celulares ni tampoco de GPS. Sólo con un mapa de papel que habían realizado otros compañeros de diferentes organismos que ya solían ir a trabajar en la zona. Nadie conocía el lugar. Era realmente una expedición a lo desconocido. Cada tanto llegaba un pueblito, dónde siempre nos indicaban como continuar, pero cada vez era más difícil. En el medio de un camino, sin más hábitat que plantas y animales muy diferentes a los de Buenos Aires, encontramos lo que llamaríamos dos locos en una motito. Frenamos, y les preguntamos si necesitaban algo. El precario vehículo que portaban estaba funcionando mal, no aguantaba llevar a los dos. No íbamos a dejarlos ahí, así que subimos a uno de ellos y el otro continuaba en su moto. Como conocían el camino, eran una ayuda para nosotros. Quién subió, se sentó al lado mío. No me acuerdo su nombre, pero si quién era.  Todavía siento el aroma que desprendía, ya que estaba lleno de tierra. Me daba vergüenza hablarle, pero me animé. Era maestro, él y su compañero recorrían ese trayecto a diario para enseñar a poquitos jóvenes para darle un futuro, una esperanza en mundo solitario y lejos de la comodidad de la gran ciudad. Soldados armados de espíritu indomable, con la pluma y la enseñanza. Maestros de frontera, una trinchera difícil y dura. Y yo, que ya estaba dejándome llevar por el prejuicio de su facha y aspecto. Me sentí vacía, pero también me despertó a la otra realidad, y ahí entendí lo poco que era yo, pero lo importante que sería la misión que teníamos al ofrecer un servicio necesario para ellos: la identidad. En ese momento trabajaba en el Renaper, a quiénes hoy desde lejos, agradezco la oportunidad que me dieron con este viaje.

Pasamos por diferentes lugares, que quiero nombrárselos para darles una entidad concreta de que existen: Miraflores, Nueva Pompeya, Fuerte Esperanza, Wichí y Sauzalito, Castelli que ya es una ciudad. Y muchos parajes en el medio de los caminos.

Tuvimos muchos contratiempos, fuimos fortaleciendo el lazo con los compañeros, con otros no tanto, porque está en la idiosincrasia humana no poder tener afinidad con todos. Conocimos historias desgarradoras, supimos que lo que falta no es la comida muchas veces, sino lo que falta es la educación, pero no la del saber formal de la intelectualidad, sino la ignorancia de saber cuánto valen, que tienen derechos, que son capaces de todo lo que sueñan. El empoderamiento de la mujer no existe. La mujer, excepto las mayores, no son un valor. También existe la lucha de clases, lo que vemos a diario acá.

Un día juntamos ropa para llevar y se desesperaron por eso. Nos veían cómo los que les brindaríamos la salvación. Nos necesitaban más que nada y eso era desgarrador, porque nuestro servicio en nuestra realidad de Buenos Aires ya era muy fácil tenerlo, pero para ellos no. Otros alguna vez prometieron falsas ilusiones, pero nadie había vuelto. Otro aspecto es que  tampoco escapan de la corrupción y la desidia. Sus líderes padecen la misma patología que los nuestros: las ansias de poder antes que el bienestar del pueblo. Al final me sentí en el medio de un estudio antropológico de la realidad que tenía enfrente de mis ojos. Pero no la miraba solo con el ojo de una ex estudiante de la carrera, sino que empecé a mirar con los ojos de mi corazón y descubrí lo que llamamos EMPATÍA.

Después de todos esos días de haber recorrido rincones inhóspitos, de conocer muchas realidades, me di cuenta de algo importante. Lo que pensaba que era la nada, tenía mucha vida, mucha cultura, mucha historia, muchas personas. Solo que en la sociedad de la gran ciudad olvidamos a los que están más lejos. También sentí un gran vacío al volver, porque me quedó la sensación de un sabor a poco lo que hicimos allí, siento que había muchos frentes que atender, y no podíamos solos nosotros hacerlo. Tal vez este escrito termina siendo una manera de visibilizar desde mi experiencia esta realidad, que llega varios años después, luego haber ordenado el caos que era mi propia realidad.

Me pregunto cómo estarán hoy todos ellos en el medio de una pandemia que quizás, algunos ni saben que sucede. Lo que sí siento hoy, es que no quiero olvidarme de lo importante por estar lejos. Ni de ellos, ni de los que quiero que desde hace meses no veo, de los que están más lejos a muchos kilómetros, ni de los que se fueron, ni de los que tengo al lado, ni de lo que viven otras realidades distintas a la mía. Este mundo es cruel, pero fue hecho por nosotros. Y somos responsables de esto y de cambiarlo también. Cada uno desde el lugar que ocupa. Ahí en el medio de la nada entendí el valor a la tierra, a lo propio, a defender lo único que tenían. Y acá, la tarea es la misma…la que nos queda ahora es construir un nuevo amanecer…