Dinosaurio de barro: “Hacer la tarea con lo que tengan en casa”

La mayoría de los científicos coinciden en que los dinosaurios se extinguieron hace aproximadamente 65 millones de años, cuando un asteroide con la fuerza de mil millones de bombas atómicas, cayó sobre la Península de Yucatán de México, dejando un cráter de 180 kilómetros de ancho y 20 de profundidad. Lo que ningún hombre o mujer de ciencia puede explicar, fue lo ocurrido durante los primeros días de mayo de 2020 en la provincia argentina de Mendoza.

El mismo barro que sangró la tierra por el golpe fatal de la piedra espacial, fue el ingrediente clave para darle forma a una poderosa bestia prehistórica. No la trajo de regreso el ADN de un mosquito aprisionado dentro de resina fosilizada. El experimento no se hizo dentro de un laboratorio híper tecnológico. Tampoco lo financió un excéntrico y millonario, ya viejito, vestido de blanco, como el de la película Jurassic Park.

El dinosaurio cobró vida gracias a la imaginación de Luciano Valdéz, un chico de 11 años que vive en un humilde asentamiento de Luján de Cuyo. Uno de los tantos alumnos que durante la cuarentena impuesta por el gobierno ante la pandemia del coronavirus, tuvo que estudiar desde su casa. Luciano no tenía clases a través de algunas de las plataformas digitales usadas por los docentes como aula virtual, en las que intentaban enseñar a los dueños de esas caritas aburridas, que aparecen en la pantalla en pequeñas ventanas como si fuesen figuritas de un álbum.

En la casa de Luciano no había internet, tampoco computadora. La tarea llegaba por mensajes de WhatsApp, y llegaba mientras hubiese plata para cargar los datos del teléfono. Entonces cuando la maestra de artes plásticas le propuso a los alumnos de sexto año de la Escuela General Espejo de Agrelo, “hacer una obra con lo que tenían en sus casas”, Luciano se encontró con otra dificultad: no tenía temperas, pincel, marcador, cartulina de colores, tijera, revistas para recortar, y menos goma para pegar y darle forma a su obra artística.

Tal vez acostumbrado a que en su casa la prioridad esté puesta en que no duela la panza de hambre, por sobre todo lo demás que siempre puede esperar, Luciano salió decidido al patio de tierra apisonada y lo transformó en su laboratorio. Con la ayuda de su hermano de cuatro años, mezcló tierra con agua, agregó arena, juntó palos, ramitas, y pulverizó un ladrillo.

Imaginalo concentrado. Con las manos sucias, y la mirada limpia sobre las formas y colores terracota. Ahí está Luciano, creando el cuerpo de la temible criatura de barro, contorneando sus poderosos músculos de arena, diseñando las gruesas garras de palos, colocando sus afilados dientes como ramitas, resaltando la cresta, escamas y espinas sobre el lomo, mientras esparce el polvo rojizo del ladrillo triturado…

Al finalizar observó a su dinosaurio recostado sobre el suelo, y con una inocente y tímida sonrisa de satisfacción lo sintió vivo. Después de jugar con él, corriendo vaya a saber en qué selva, persiguiendo vaya a saber qué presa… Luciano firmó su obra. Con pedacitos de caña más largos, escribió su nombre en letra mayúscula.

En la foto que la mamá le mandó a la maestra se ve a Luciano sentado junto al dinosaurio de barro. La docente conmovida compartió la imagen entre sus colegas, y llegó a la conclusión de que la obra de Luciano Valdéz representaba muy bien el arte efímero.