La ilusión de la normalidad

“La independencia no es un derecho, es un privilegio que corresponde a una minoría”. Nietzsche.

¿Por qué nos cuesta tanto ser quienes queremos ser realmente? Eso que queremos ser ¿Lo decidimos nosotros o no soy más que un individuo dentro de una estructura social que con su normalización se ha metido en mi subjetividad y me hace creer que mis deseos son propios cuando no son más que pautas para encajar de manera “normal” en ella? ¿En qué consiste ser normal? ¿soy feliz cuando llego a serlo? Constantemente utilizamos esa palabra para definirnos como parte de un grupo que se autoproclama portador de lo correcto, de lo bueno en pos de denunciar la degeneración de quien no se adapta.

El loco, el degenerado, el enfermo moral, se posicionan como los anormales, aquellos a los que hay que estudiar incesantemente para que nos justifique estar del otro lado del muro, el lado “bueno”. Michel Foucault decía que el poder no solo reprime, sino que también normaliza, determina cuales son las conductas normales y cuáles no, qué es el bien y qué el mal, binariamente siempre posiciona a unos en un lugar y a otros encerrados por allí.

Pero el problema no se resuelve solo con tomar conciencia de esto: la normalidad necesita ser impuesta desde un sector de poder que selle sus intereses en un sector social que naturaliza tanto esa disimulada imposición, que termina convirtiendo en suyo lo que es de otros. Deseos ajenos se me presentan como propios; cuando el esclavo naturaliza agradar al amo, comienza a enseñar a las generaciones siguientes que esa acción, es virtuosa y es entonces cuando la disciplina consigue su momento más alto: dominar de manera invisible, o como decía Foucault: “el poder más eficiente, es el que no se ve”, y vaya que asumir como propios los deseos de un sector por fuera de mí, es una muestra magnifica de este triunfo.

Hay que animarse a pensar por fuera de la “normalidad”, porque nos han enseñado que del otro lado hay caos, pero pocos miran tras del muro para ver si es cierto. La osadía de querer pensar por mí mismo, conlleva el riesgo de ser señalado o sepultado bajo la indiferencia de los normalizadores que todo juzgan de la piel para afuera para intentar escapar de sí mismos.

Recuerdo un cuento que relataba que un escalador, que en un día de niebla y frio resbaló en una pendiente y se precipitó hacia un suelo que no llegaba a ver pero que seguro lo mataría. En un instante una de sus sogas se tensó y lo sostuvo colgando de la misma. Él se aferraba porque era su único hilo de vida, no veía el suelo, pero “soltarse lo mataría”. Pensó que, si soportaba allí, lo buscarían y lo hallarían: eso era lo más “normal”. Fue encontrado días después muerto, aferrado a la soga, a un metro del suelo. No tuvo la osadía de pensar por fuera de lo “normal”, no lo culpo: requiere demasiado valor pisar arenas que han demonizado.

Esto no es una apología de nada, es una propuesta. Recuperemos el valor de mirar otros matices, la vida tiene más tramas de las que nos muestran, quizás por miedo a que encontremos caminos en que no puedan dominarnos.

El problema no se resuelve con estar del lado de los normales porque inclusive allí dentro, hay diferencia. ¿Te acordás de los Locos Addams? Morticia dijo alguna vez: “la normalidad es una ilusión, lo que es normal para la araña, es un caos para la mosca.”