La culpa de ser mujer

El infierno tiene diversas etimologías y usos. Las religiones han hablado de lugar de condena, de castigo, de expiación de pecados. Originariamente se hablaba de infernus, que en latín sería “lo que está en el interior del suelo y más debajo de él”. En esta línea de creencia, la culpa juega un rol preponderante porque es necesario que el sentimiento de la misma esté presente para que el castigo tenga su fundamento. En Argentina, según el Observatorio Lucia Pérez (http://observatorioluciaperez.org/) en lo corto de este año ya tenemos 37 femicidios y travesticidios, 3 crímenes investigados por femicidio, 28 intentos de femicidio y 2 de las mujeres asesinadas, embarazadas. Enero contabilizó 37 casos y Febrero ya lleva 6. El caso de Úrsula Bahillo, asesinada por su pareja que ya la sometía hace años y con al menos 14 denuncias expuestas con anterioridad, nos vuelve a poner sobre la cara, lo gratis que es morir para una mujer en nuestro país. No hay denuncias, avisos, mensajes, indicios claros nada que sea suficiente para un Estado que no entiende ni quiere hacerlo, que esto es una emergencia nacional, brutal, que requiere una reforma en los estatutos legales ¡ya!, no hay tiempo, entiéndanlo por favor NO HAY TIEMPO, ES AHORA.

Pero volvamos a esta idea ¿de qué es culpable la mujer?¿cuál es esa supuesta culpa primigenia que conlleva por el solo hecho de no pertenecer al colectivo masculino que culturalmente se ha erigido como un rey cuya única corona es el abuso de poder y la criminalidad? Imaginemos una situación: una mujer entra a trabajar a un lugar nuevo, la llaman de una oficina donde se encuentra quien “más jerarquía “posee en ese lugar. Ella entra con el temor a la evaluación de sus primeros días de trabajo. La charla es forzosamente amable hasta que llega esta pregunta   “¿qué estás dispuesta a hacer para crecer acá?” La respuesta camina por la vereda de lo laboral “bueno, presentar proyectos dentro del área donde esté”, el emisor parece desoír esto y ataca de nuevo “eso está muy bien pero ¿qué más estarías dispuesta a hacer?”, no hace falta ser tan lúcido para entender la intención inquisidora de la pregunta. Ella tiene miedo: si se ofende “nadie le dijo nada malo” o pierde su trabajo. Sale de allí después de resistir embates intencionados uno tras otro, un nudo en la garganta y la sensación de culpa ¿Por qué no dije lo que sentía? ¿Habré hecho bien? ¿Habré entendido mal? La culpa, la autoflagelación de la víctima que ha sido educada socialmente para ser siempre la responsable de lo que le pase, limpiando con el agua de la impunidad el atropello que ha recibido. (Casos reales)

Una mujer sale a la calle y es violada todo el tiempo, porque el ultraje no se limita a la genitalidad. Ella camina, la miran con lascivia a cada momento: en un semáforo, en una plaza, en una vereda, en un organismo público (a veces hasta los mismos empleados del mismo), sale de allí camina, tiene miedo sabe perfectamente que su vida solo depende de no cruzarse en el momento menos preciso con algún enfermo que decida en ese momento que su vida simplemente, termine. Pide un taxi por seguridad pero cuando está dentro de él, sabe que su vida está otra vez en juego encerrada con un trabajador honesto o un violador, abusador o asesino. Con esto no quiero demonizar a ningún sector trabajador, que se entienda, pero es que la pandemia de la violencia de género es tan imparable que el solo hecho de ser hombre te posiciona como sospechoso. Ella llama a alguien por teléfono, intenta sentir menos temor y tratar de pasar un mensaje a quien está manejando: alguien sabe de mí, está hablando conmigo, si me pasa algo se enterará, en fin. Todo eso se resume en esto. Ella llama por teléfono porque sabe que puede no llegar. ¿Se entiende lo tremendo de esto? Sabe patentemente, realmente no es una idea, es un hecho de que puede no llegar a su casa. Vivir con culpa de cómo vestir, de cómo reaccionar, de cómo hablar, de cómo caminar, de cómo existir, por Dios si esto no es el infierno no imagino como será abajo. Ser mujer hoy en día es convivir con el terror, con las noticias de marchas que nadie escucha, de jueces tan criminales como los asesinos, de una cultura que sigue repitiendo micromachismos en los medios donde un conductor de tv le hace comentarios estéticos a su co-conductora y el sonidista refuerza la conducta con un silbido o un sonido de beso. Un asco. Ayer pase por un kiosco donde atendía una chica, en el mostrador un papel con este mensaje “el bombón es el mejor regalo para ella. La toxi”. ¿Dónde está el chiste?¿no entienden que naturalizar eso en el lenguaje es la complicidad misma de la violencia de género y los femicidios? . Ser hombre no es ser macho, ser hombre es saber que caminás por la calle sin miedo a que te toquen, te cosifiquen con comentarios, te rebajen, te hagan sentir que el poder sobre vos está ahí presente en cada metro que hacés. Ser hombre es denunciar al violento, al femicida, es una obligación no es una opción, porque cuando optas callar sos parte de lo que pasa. La omisión también es una decisión y la sangre te salpica aunque no quieras verla. La culpa que le hemos implantado en la mente y el corazón a la mujer, solo demuestra lo canalla, cobardes, débiles y algunos criminales, que somos.

En el catolicismo la hostia se convierten cuerpo de Cristo, en la política todos saben que la inflación debilita un gobierno. ¿Saben por qué se cree en esto? Porque se quiere y conviene creer en ello. Los femicidios no se creen, no se quiere creer en ellos. Todos estos infiernos que el Estado falocentrista y heteronormativo permite no podrían suceder sin nuestra complicidad como ciudadanos. La pelea no está en el color del pañuelo, se nos va la vida en la superficialidad del problema. Una mujer muere cada 23 horas. Somos creadores de infiernos.

La naturalidad que da la fe en la Eucaristía es la que se da en la conversión de una persona mujer en número ¿Qué quiero decir? Cuando alguien comulga , su fe le permite hacer e ese momento  una experiencia hermosa, no se discute porque su fe acompaña la veracidad de la acción. Cuando se escucha sobre un femicidio se la naturaliza con la misma fuerza del ejemplo anterior, pero desde la banalidad. Angeles,Micaela, Ursula, Carolina, ponele el nombre que quieras, todas pasaron por el infierno y se convirtieron en números. Paremos con esto o salgamos a romper todo. La empatía no es ponerse en el lugar del otro, es SER el otro. Basta de discursos, basta de palabras, de complicidades. Cada noche que apoyas la cabeza en la almohada el cuerpo sin vida de una mujer la apoya bajo tierra.

Emilio Salvador